MAGIA
MAGIA
Por Ximena Santaolalla
Caminando por las calles de Nueva York, veo anuncios y letreros luminosos invitándome a entrar. Psychic, Spiritual Advisor, Crystal Readings, Clairvoyant, Fortune Teller. Sé que hay mucho más: todo lo que no veo por distraída, lo que ocultan las fachadas y rejas; locales sin anunciar, personas que atienden a sus clientes y amigues en la cocina o en la sala de sus casas. Pero, ¿por qué hay todo esto? ¿No se supone que la humanidad ha evolucionado hacia un universo únicamente material, científico-occidental basado en la razón?, ¿no se supone que ello debiera ser suficiente para ser felices?
Desde hace decenas de miles de años, en todos los rincones del planeta por donde el género homo ha pasado, la magia es y ha sido parte fundamental de la vida. Y aunque ha habido periodos de prohibición —particularmente de la llamada “magia negra” y del contacto con “espíritus malignes”—, la magia generalmente se ha practicado de forma abierta, como una costumbre o elemento más en el día a día de las personas.
El mundo clásico greco-romano se valía abiertamente de oráculos, adivinadores y astrólogos para asuntos personales, religiosos y políticos. El antiguo testamento hace referencia a decenas de profetas y videntes. En el mundo Mesoamericano, el nahual y nahuala han existido y siguen existiendo como espíritus guardianes que nos conectan con la naturaleza usando una forma animal que explora, aprende y crece. El consumo de sustancias psicoactivas como la ayahuasca y el peyote, se practica desde hace siglos —dentro de un contexto ritualista y de larga preparación interior— como medicina tradicional, remedio espiritual-emocional, y portal hacia una realidad absoluta. Los amuletos protectores y las limpias se usan y practican todos los días; en México, un manojo de albahaca y un huevo son suficientes para una sesión profesional; hace poco, un amigo me relató cómo su abuela le quitaba el intenso dolor de cabeza, pasándole un huevo; después, debían enterrar juntes ese huevo cerca de un árbol. No podía ser cualquier árbol, y debían buscarlo ambes. Era siempre la abuela quien, después de mucho caminar, declaraba: “aquí podemos enterrar lo que te saqué”.
¿Qué significa todo esto y cuál es su relevancia en nuestra vida? Aunque no es posible saber el significado exacto de la palabra magia en su origen, sí es posible construir una definición actual. La que más me atrae por ser la que mejor refleja el papel de la magia en la historia, es la propuesta por el arqueólogo inglés-australiano Christopher Gosden —especializado en identidad inglesa, profesor de la Universidad de Oxford y miembro del Consejo del British Museum—. Christopher Gosden propone que la magia se refiere a una apertura humana hacia el universo, a la posibilidad de escuchar lo que el universo está diciéndonos y la manera en que nos influencia. Por ejemplo, en astrología la magia consiste en asumir que los movimientos de los planetas influyen en nuestra salud y bienestar, de una manera que la ciencia occidental no podría aceptar. La Biblioteca Bodleian de la Universidad de Oxford, resguarda registros de 80,000 consultas astrológicas entre principios y mediados del siglo XVII. Gosden relata que éstos registros fueron guardados por los astrólogos Richard Napier y su sobrino Sir Richard Napier a finales del siglo XVII.
Ambos Napier fueron ciudadanos respetados que ofrecían sus servicios de astrología abiertamente y así se ganaban la vida. Recibieron alrededor de 60,000 personas para consultas astrológicas relacionadas con enfermedades, familiares desaparecides, destinos y trabajo, objetos perdidos, horóscopos de vidas enteras basados en la posición de los planetas y la fecha y hora de nacimiento de la persona consultante.
En lo personal, soy escéptica y creo en la magia. Skeptikoi, en griego, significa aquelles que indagan o escrutan. Magos, en la filosofía de Heráclito, se refiere a aquelles que vagan en medio de la noche. Skeptikois y magos buscan mediante la propia experiencia; no se conforman con adoptar creencias establecidas, y no permanecen quietes.
Durante los últimos tres siglos, occidente se ha empeñado en separar lo “real” de lo mental, lo material de lo inmaterial, la magia de la religión, la filosofía de la espiritualidad, y, por supuesto, todo ello de la ciencia. A veces me parece que la ciencia occidental es el dogma de la actualidad, pues la ciencia es la forma más pura de usar la razón. Sin embargo, esa visión y categorización del mundo no me convence. De alguna manera, nos empuja a elegir entre ciencia, religión, filosofía y magia, como sistemas incompatibles para ver y entender al mundo.
Esas estrictas divisiones pueden parecernos lógicas, pero no son siempre claras; incluso, a veces ni siquiera son existentes. El propio Christopher Gosden señala similitudes entre las prácticas propias de la ciencia y las propias de la magia. Por ejemplo, pensemos en la actitud del cuerpo y de la mente al usar materiales y objetos, buscando que se produzcan resultados particulares. La ciencia elige sus propios métodos de medición y búsqueda, y en esa medida, encuentra aquello que esperaba encontrar; o, por lo menos, en la forma que esperaba encontrarlo: forma física y material, medible y observable.
Pero la mayoría de las personas tenemos conexión con diversas perspectivas sin considerarlas auto-excluyentes. La concepción del mundo provocada por el dogma de la ciencia, no nos satisface. Vivir en una realidad que, en su mayor parte, mide el éxito y bienestar según el producto interno bruto, la producción y el consumo masivo, no parece ser suficiente. Todo ello, fundamentado en una visión física-materialista profundamente occidental, donde lo único que existe es la materia, lo medible, lo observable con aparatos e instrumentos de medición físicos. Es decir. la materialidad se ha convertido en sinónimo de realidad y les humanes hemos sido reducides a un cuerpo y cuerpa: en especial, a un órgano llamado cerebro como fundamento de identidad y conciencia sin cabida para algo más.
Pero ¿qué hay de aquello que no puede observarse ni medirse? Los sueños no son medibles ni observables, más que por quien los sueña. No pueden guardarse, grabarse o tocarse. Y a pesar de ello, al o la ensoñadora le parecen tan reales como su experiencia de vigilia. ¿Quién no ha sufrido, llorado, reído, sentido dolor, o incluso comido un banquete de sueño? El experimento de la doble rendija ha demostrado que la consciencia influye en el comportamiento de la materia. O, si vamos más allá, que la conciencia es la que crea a la materia, y no al revés —pues hay quien dice, por supuesto sin evidencia alguna, que el cerebro (materia gris y electricidad) produce conciencia—. Además, el mecanismo para encontrar el Bosón de Higgs demostró que aquello que llamamos materia, está compuesto de “vacío” o “espacio”.
Pienso en los placebos. La industria farmacéutica no los reconoce, a pesar de que hay una evidencia abrumadora de sus resultados en ciertas situaciones y enfermedades. Pienso también en las emociones. Afectan directamente al cuerpo y la cuerpa de manera espectacular, aunque la mayoría de les doctores occidentales no consideren a las emociones como factor central de salud o enfermedad.
La “magia” del consumismo tiene fecha de caducidad. La fe en el materialismo, expira. Les humanes buscamos más allá de eso, no es ni será suficiente por más objetos que compremos o tecnologías inventadas. Si no, ¿por qué aquello que no se puede tocar —un cumpleaños, el enamoramiento, la celebración, los ritos y ceremonias— sigue siendo central en nuestra vida siglo tras siglo tras siglo?
La magia es y ha sido un instrumento y una actitud humanes, que nos permite sentirnos más conectades con el universo. Generalmente, la magia se vincula a resultados positivos —ésto, desde una perspectiva efectista, como puede ser un conjuro—; pero la magia también se vincula a la posibilidad de ver alternativas que no podríamos haber visto por nosotres mismes y a la necesidad humana de integrar la historia personal con la historia total del cosmos, entendiéndonos como parte del universo. Algo parecido a la espiritualidad.
Caminando por las calles de Nueva York, me pregunto si lo que veo con los ojos y palpo con las manos, es todo lo que existe. Otras veces, el trabajo y las prisas de la vida diaria, me hacen olvidar la pregunta.
Aún así, esa vida diaria, sus retos, logros, tristezas y placeres, no son suficientes. Quiero y creo en algo más.