Los Ojos más Hondos
Los Ojos más Hondos.
He pensado mucho en Toni Morrison, particularmente Los Ojos más Azules; puede que se deba al aniversario de su muerte, que fue hace poco más de un mes. El 5 de agosto.
Con Los Ojos más Azules entre mis manos, trato de revivir alguna ocasión en que una mujer me haya dicho soy hermosa; y no puedo. En mil ocasiones, mujeres de distintas edades, lugares y realidades, han expresado que no están conformes con su físico. En el consultorio, me han dicho que se odian porque odian su aspecto. Que no soportan su reflejo o su pelo o su talla o su peso. Y sé que, para muchas de nosotras, la belleza exterior es siempre una añoranza (del pasado, porque en una foto vieja nos reconocemos como bellas; o del futuro, fantaseándonos “mejoradas”).
Los Ojos más Azules conmueve porque habla de la verdad que muchas hemos vivido. “El concepto de la belleza física era probablemente una de las ideas más destructivas de la historia del pensamiento humano occidental, que nacía de la envidia, medraba en la inseguridad y terminaba en la desilusión”, escribió Morrison. Ella cuenta que una compañera de escuela le confesó su deseo por tener ojos azules; ambas eran afroamericanas. Toni Morrison se horrorizó al imaginar a su amiga, de piel muy negra, con ojos azules. Esa niña era perfecta y armónica tal como nació, no necesitaba cambiar nada. Pero el deseo de tener un poco de lo que se considera bello en el mundo occidental, también refleja un deseo por estar bien, por ser feliz, por valer la pena.
La belleza física se vuelve cuestión de identidad para las mujeres. ¿Cuántas veces nos hemos y nos han reducido a nuestro aspecto físico? Somos la alta, la de la cicatriz, la bustona, la nalgona, la guapa, la rubia, la flaca, la gorda; ello nos define, nos hace valiosas o nos arranca cualquier valor posible. Escucho preguntas como ¿por qué ese hombre tan atractivo/rico/famoso, está con esa fea/vieja/gorda? No hay rasgo más importante y definitorio en una mujer, que su físico.
El estereotipo de belleza femenina occidental es el de una joven delgada con rasgos anglosajones, piel blanca, alta, cabello rubio y ojos claros. Existen variantes, pero para ser valorada y sobrevivir, parece resultar mejor el contar con esas características. Y en países latinos, ¿cuántas mujeres cumplen ese estereotipo? Pocas, las que aparecen en anuncios, películas y telenovelas.
¿Por qué aceptamos esta imposición y estereotipo? ¿Por qué aceptar, como realidad diaria, sentirnos feas o insuficientes desde la pubertad? Y sobre todo, ¿por qué permitir que la apariencia física sea lo más importante en nosotras? Toni Morrison sugiere que estos estereotipos provienen de los países colonizadores o poderosos, que imponen sus rasgos como los rasgos superiores. Por ejemplo, en Estados Unidos durante la esclavitud, era importante dejar claro que lo bello y valioso era lo blanco; que lo feo y sin valor era lo negro. El discurso de Trump y las películas de Hollywood nos machacan esta concepción de la realidad; en México continuamos sosteniendo, desde la colonia, que es mejor tener rasgos ibéricos (no se diga alemanes o suecos) que rasgos mestizos o de pueblos originarios.
Muchas mujeres todavía tenemos un largo camino que recorrer, a fin de construir una identidad personal en donde existamos como seres humanos complejos e intrínsecamente valiosos, y no como trozos de carne atractivos, neutros o desagradables. Como dice Toni Morrison, nuestra identidad ya fue fijada por alguien más y nunca la cuestionamos; no logramos sentirnos orgullosas tal y como somos, seres humanos hermosas y completas.
“Las definiciones pertenecen a los definidores...Y no a los definidos”, dice Morrison. En Sula, un diálogo muy hermoso habla de la identidad y de la importancia de definirnos, crearnos, nunca comprarnos lo que otros nos digan que somos:
“-¿Cuándo piensas casarte? Tienes que tener niños. Eso te calmará.
-No quiero hacer otras personas. Quiero hacerme a mí misma.”.